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EL TRABAJO PROFESIONAL

EL TRABAJO PROFESIONAL

1. Conceptos de ética, trabajo y profesión.

Sobre ÉTICA ya hemos hablado algo. Vamos a tratar de clarificar los otros dos y, después, los relacionaremos con la ética o aplicaremos la ética al trabajo y a la profesión o, si preferimos, al trabajo profesional. Señalaremos que la conducta o actividad llamada trabajo se realiza en una situación o contexto físico-ambiental que la hace posible, y tanto una como otra son subjetivadas por las personas. La actividad laboral se puede realizar en contextos organizacionales o no y en muchas ocasiones el contexto de trabajo determina la actividad laboral que se realiza en él.

El concepto trabajo ha sido reservado para cualquier actividad laboral en general, en cualquier contexto o situación de trabajo, diferenciándolo de otros términos similares como empleo u ocupación. Así se ha definido el trabajo como aquel conjunto de actividades humanas, retribuidas o no, de carácter productivo y creativo, que mediante el uso de técnicas, instrumentos, materias o informaciones disponibles, permite obtener, producir o prestar ciertos bienes, productos o servicios. En dicha actividad la persona aporta energías, habilidades, conocimientos y otros diversos recursos y obtiene algún tipo de compensación material, psicológica y/o social ( J.M. Peiró, Motivación de la conducta laboral en L. Mayor Martínez y F. Tortosa Gil, Ámbitos de aplicación de la psicología motivacional, Bilbao, Desclée, 1990). Esta definición implica una concepción global del trabajo que recoge la posibilidad de que: - éste sea o no remunerado y con diverso tipo de remuneración; - sea una actividad observable (mecanografiar) o no (elaborar mentalmente un poema); - permite obtener resultados asociados a determinadas recompensas intrínsecas o extrínsecas al trabajo mismo; - la persona aporta algo (energía, habilidades, conocimientos) - recibe algo, en compensación por su aporte.

El término empleo se refiere al trabajo o actividad realizada en condiciones contractuales por el que se recibe una remuneración. La ocupación es un aspecto importante del trabajo que introduce el concepto de rol, es decir, el puesto que ocupa. La ocupación es aquella actividad realizada por la persona para obtener una fuente de ingresos y que determina su posición social en la sociedad, su rol social identificable, y con significado tanto para el agente concreto de ese rol como para las demás personas que interactúan con él. El término trabajo es más global e incluye, pero no equivale, al empleo ni a la ocupación, ya que puede referirse también a otras formas de trabajo que no implican relaciones contractuales y/o beneficios económicos para el que los desempeña (ej. trabajos por cuenta propia, la mayor parte del trabajo doméstico, trabajo voluntario con fines sociales, etc.). O sea, pues, trabajo, empleo y ocupación, son tres conceptos relacionados aunque no idénticos.
Para la Ética Profesional lo más importante es hacerse la pregunta sobre si realmente el trabajo es una esclavitud o una liberación. Es verdad que para la tradición judeocristiana y para la filosofía antigua, trabajar ha sido sinónimo de maldición y de esclavitud, si bien el cristianismo trató de conferirle un sentido redentor, como a todo esfuerzo humano. La industrialización moderna lo ha convertido en una necesidad para adquirir un salario que permita al hombre subsistir y satisfacer sus necesidades y gustos, aunque también se hayan dado pasos para conferirle un sentido humano. Reflexiones más recientes intentan analizar el sentido del trabajo en la sociedad contemporánea desde otros ángulos y perspectivas. Victoria Camps (Paradojas del individualismo, 1993, capítulo El sentido del trabajo, pp. 138-157), distingue dos tipos de trabajadores: los profesionales, que poseen un trabajo culto, especializado, creador y bien remunerado, y los manuales, que realizan un trabajo inculto, no especializado, monótono y deficientemente remunerado. Además, existe el de las amas de casa, que, aun siendo un servicio a los demás, en parte creativo, es fuente de frustración y descontento para la mayoría de las mujeres. En el primero de los grupos, siempre resumiendo a Camps, se encuentran los privilegiados, porque realizan un trabajo selectivo, emprendedor y bien remunerado. El segundo grupo lo integran los que se sienten más bien esclavizados de su trabajo. El tercer grupo, con honrosas excepciones, considera su ocupación pesada, frustrante y escasamente valorada y reconocida. Se puede afirmar que sólo en el primer grupo, el de los profesionales, el trabajador se encuentra, en general realizado y, hasta cierto punto, a gusto con el trabajo que realiza. Aun así, el trabajo exige un esfuerzo para quien lo realiza, convirtiéndose en una carga necesaria en cualquier caso. Para liberarse psicológicamente de ella, no hay más remedio que recurrir a la filosofía del ocio. Ante este panorama, V. Camps apunta tres direcciones de solución. La primera consiste en una redistribución del trabajo, más solidaria y racional, creando así una sociedad más humana. La segunda dirección consiste en una desmitificación del trabajo, especialmente el remunerado, y en una revalorización de los llamados trabajos secundarios o de servicio que hasta ahora han realizado las amas de casa, haciendo una llamada a la responsabilidad solidaria. La tercera vía de solución se caracteriza por una búsqueda del libre desarrollo de la individualidad mediante lo que ella llama la sociedad del tiempo libre. Pero, hay mucha gente que se halla muy a gusto con su trabajo, a pesar de que no esté exento de dificultades y esfuerzos en su realización y necesita de espacios y tiempos de ocio y de descanso para su recuperación. También sabemos que hay mucha gente que no sabe qué hacer con el tiempo de ocio y que éste se convierte en una oportunidad de consumo irracional de las más variadas cosas (compras, alcohol, juego, etc.). La concepción clásica del trabajo referido a la sociedad industrial y nacido de ella, ha cambiado radicalmente. El trabajo sigue siendo tan necesario como antes, pero su función, la razón por la que es necesario, es exclusivamente la de medio o instrumento.



2. Concepto de profesión
El concepto de profesión o trabajo profesional, forma especial de desempeñar una ocupación, no es difícil. Pero la versatilidad de las profesiones, el ritmo acelerado de la vida profesional y la profesionalización creciente, como ambición y tendencia de muchos oficios, hacen difícil la conceptualización de la profesión. Max Weber (La ética protestante y el espíritu del capitalismo, Barcelona, 1979) mostró que el concepto de profesión posee una reminiscencia religiosa: la idea de una misión encomendada por Dios, según la cual cada hombre había de seguir su llamada (vocación) en las tareas específicas. Fue sobre todo el protestantismo quien le concedió un sello claramente ético-religioso a cada profesión, hasta el punto de que proponía sentir como un deber el cumplimiento de las tareas específicas profesionales a las que Dios había conducido a cada uno a través de su historia personal. El trabajo, gracias al protestantismo y en contraste con la tradición católica, adquiría así un sentido sagrado que implicaba una exigencia moral: el cumplimiento en el mundo de los deberes que a cada cual impone la posición que ocupa en la vida, y que por lo mismo se convierte para él en profesión (Op.cit., p.90). Es verdad que en nuestro contexto secularizado ha perdido vigencia el sentido religioso de la profesión, sin embargo, las profesiones más relevantes mantienen sus juramentos, códigos y reglas básicas, un sentido moral de la profesión, que aunque se adaptan histórica y culturalmente, prevalece en ellos el deber fundamental de trabajar buscando el bien de los demás antes del propio.
Max Weber hace una clasificación de las profesiones utilizando un triple criterio:

Una división servil de las profesiones y otra libre. La primera se realizaría por una atribución heterogénea de servicios con asignación de medios de subsistencia. La segunda, por una orientación autónoma según la situación de mercado de los servicios mismos.
· Una división del trabajo basada en la especificación de servicios, según la cual la persona o ejecuta todos los servicios exigidos por el resultado final o el resultado final es conseguido mediante servicios simultáneos o sucesivos de varias personas.
· Una división del trabajo basada en el tipo de especificación; autocéfala, como la del médico o la del abogado, u heterocéfala, como la del empleado.
Norbert Elías, en el Diccionario de las Ciencias Sociales, distingue tres usos del término profesión:
· Uno más antiguo y más estricto aplicado exclusivamente a las profesiones de Medicina, Derecho y Teología, las primeras ocupaciones no serviles que proporcionaron a las gentes que no vivían de sus rentas o de sus dominios la posibilidad de vivir honestamente sin tener que dedicarse al comercio o a un empleo manual; más tarde se añadiría la carrera militar y naval.
· Un uso más amplio y más moderno, según el cual pueden llamarse profesionales todas las personas con una preparación específica y un grado académico o su equivalente, como educadores, ingenieros, economistas...
· Un uso de acuerdo con fuertes tendencias culturales para muchas ocupaciones que requieren cierta preparación y conocimientos científicos aunque no tengan rango universitario, pero si diploma o certificado que conceden derecho para el ejercicio de sus habilidades específicas.
Talcott Parsons (Ensayos sobre Teoría Sociológica) caracteriza a las profesiones con las siguientes notas:
· La atipicidad en los objetivos: en una sociedad adquisitiva, dominada por el afán de lucro personal, el profesional se dedica a la realización de servicios para sus clientes o a la realización de valores impersonales como la ciencia;
· Racionalidad: la búsqueda del estado de la cuestión, de los datos del problema y de la eficacia de los medios, así como de la fórmula más eficaz para desempeñar la tarea, olvidando las fórmulas consagradas por el tiempo y la tradición;
· Autoridad: basada en una competencia técnica superior que autoriza al profesional a dar órdenes, a imponer criterios y a recetar dentro del ámbito de su competencia;
· Especificidad funcional, según la cual las relaciones entre el profesional y su cliente debe discurrir dentro de unos límites pre-establecidos, y exigidos por la función específica del profesional, lejos de la difusividad típica de las relaciones familiares.
Parsons añade que las profesiones son mecanismos de control social: el profesor socializa al niño en las normas y las expectativas de la sociedad. El abogado previene la desviación social asesorando al cliente sobre las formas de mantenerse dentro de la legalidad. El médico hace retornar al enfermo, estigmatizado como desviado, a la zona de la normalidad...
Adela Cortina (Madrid, Taurus, 1998) nos dice que una profesión es un tipo de actividad social, a la que se han atribuido desde M. Weber un buen número de características, de las que destaca tres:
1) Se trata de una actividad que presta un servicio específico a la sociedad en forma institucionalizada. El servicio ha de ser indispensable para la producción y reproducción de la vida humana digna, como se hecha de ver en el hecho de que personal sanitario y docentes, juristas, ingenieros, arquitectos, empresarios, economistas y administradores, etc sean imprescindibles, no sólo para mantener la vida humana, sino para promover una vida de calidad.
2) La profesión se considera como una suerte de vocación, cada profesión exige contar con unas aptitudes determinadas para su ejercicio y con un particular interés por la meta que esa actividad concreta persigue. Sin sensibilidad hacia el sufrimiento de la persona enferma, sin preocupación por transmitir el saber y formar en la autonomía, sin afán por la justicia, mal se puede ser médico, enfermera, docente o abogado...
3) El profesional, el ingresar en su profesión, se compromete a perseguir las metas de esa actividad social, sean cuales fueren sus móviles privados para incorporarse a ella. Cada actividad profesional justifica su existencia por perseguir unos bienes internos a ella, bienes que ninguna otra puede proporcionar; metas todas ellas que comienzan a borrarse del horizonte cuando, por ejemplo, dice el abogado al cliente que entra en su bufete: Si lo que usted busca es una solución justa al problema, ha errado el camino; aquí no vamos a tratar de justicia, sino de sacar todo lo que podamos. ¿Y qué sentido tiene a fin de cuentas una profesión, si no proporciona los bienes sociales que de ella se esperan? La profesión está asociada con: misión, vocación, preparación específica, grado académico, desempeño de tareas, competencia técnica, funciones específicas, actividad social, etc.

3. Definición de Profesional
El profesional, según Edward Grooss (1964), es la persona que posee un amplio conocimiento teórico aplicable a la solución de problemas vitales, recurrentes pero no estandarizables y que se sienten en la obligación de realizar su trabajo al máximo de sus competencias, al mismo tiempo que se sienten identificados con los demás profesionales del ramo. Esta definición, merece un comentario adicional:
(1) el dominio de la teoría exige amplia base científica y preparación, pero que es manipulado a veces para cortar el acceso a la categoría social de profesión a los que dominan más bien la praxis, las aplicaciones. Aquí encaja perfectamente la insistencia, por ejemplo, de muchos médicos para que las enfermeras se contenten con las mini-teorías o con resúmenes de las teorías científicas. (2) no estandarizables, es que el profesional maneja casos individuales, cada uno con rasgos únicos, de manera que su trabajo constituye el polo opuesto de una tarea repetitiva, rutinaria, en serie. Esta nota o característica tiene hoy especial interés ya que, entre los cambios que han transformado parcialmente el perfil de los profesionales, figura, además de una creciente burocratización de sus tareas, la estandarización en el trato con los clientes.
Daniel Bell en su libro El advenimiento de la sociedad postindustrial (1976) dice: Una profesión es una actividad aprendida (escolarmente), lo que implica una preparación formal; integrarse dentro de una profesión significa estar reconocido, formal o informalmente, por los colegas o por algún organismo establecido dentro de la profesión. Y una profesión engloba una norma de responsabilidad social. Lo que no quiere decir que los profesionales sean más benéficos o más magnánimos que sus compañeros, sino que las expectativas sobre su conducta proceden de una ética de servicio que, como norma, está por delante de una ética del interés propio. Por todas estas razones, la idea de una profesión implica las de competencia y autoridad, técnica y moral, y ocupación por el profesional de un puesto consagrado dentro de la sociedad. El hecho es que desde Weber, se han intentado ofrecer definiciones de profesión a través de una serie de rasgos comunes cuya mayor realización social nos indicará el acercamiento a lo que podría considerarse una profesión-tipo. Aunque todos los rasgos no tienen por qué cumplirse completamente, la ausencia de algunos de ellos mostraría escaso nivel de maduración profesional en unas determinadas tareas ocupacionales.
Augusto Hortal sugiere los siguientes términos: Profesiones son aquellas actividades ocupacionales:
a) en las que de forma institucionalizada, se presta un servicio específico a la sociedad; b) por parte de un conjunto de personas (los profesionales) que se dedican a ellas de forma estable, obteniendo de ellas su medio de vida; c) formando con otros profesionales (colegas) un colectivo que obtiene o trata de obtener el control monopolístico sobre el ejercicio de la profesión; y d) acceden a ella tras un largo proceso de capacitación teórica y práctica, de la cual depende la acreditación o licencia para ejercer dicha profesión.
Otros autores mencionan un tercer elemento adicional, alto grado de control de la conducta mediante un código ético interiorizado a través del fuerte proceso de socialización en los valores de la profesión, y a través del control externo ejercido por asociaciones más o menos oficiales, los colegios profesionales organizados y dirigidos por los mismos profesionales, amparados muchas veces por la Ley correspondiente del ejercicio.
Después de haber precisado el concepto de profesión y lo que significa el ser profesional, hagamos un esfuerzo de sistematizar los rasgos, notas y características asociadas con el profesional y su actividad y trabajo. A este conjunto de rasgos lo llamaremos el paradigma profesional (perfil si así lo prefieren):
A. Una profesión es un servicio a la sociedad único, definitivo y esencial. Único en cuanto los profesionales de una profesión reclaman para sí el derecho exclusivo de realizar las tareas propias de la profesión (enseñar, administrar, gerenciar, etc.), rechazando y persiguiendo la piratería o la competencia desleal. Definitivo, o definido estrictamente, en cuanto que el público debe saber a qué atenerse sobre las funciones de cada grupo profesional y sobre sus competencias; el grupo profesional debe ponerse de acuerdo sobre las líneas maestras que definen su tarea profesional, sus derechos y deberes. Esencial, porque se trata de un servicio que ninguna sociedad desarrollada puede permitirse el lujo de que quede sin profesionales competentes...
B. A la profesión se la considera vocación. Y ello porque se piensa y espera que el profesional se dedique a su profesión de por vida; se identifique con las pautas ideales de su profesión; se sienta en profunda hermandad con los demás profesionales de su rama; rompa con la creciente dicotomización entre tiempo laboral y tiempo de ocio, dedicando a su profesión y al enriquecimiento de sus conocimientos y técnicas profesionales buena parte de su tiempo libre; y no abandone nunca su profesión, so pena de enfrentarse con el estigma de traidor o de fracasado, en ciertas profesiones, si lo hace. Amando de Miguel (Sociología de los profesionales, 1982), recurre a la metáfora religiosa para expresar gráficamente la sacralización de las profesiones. Ha sido tradicional ver algunas profesiones como un apostolado o como una especie de sacerdocio. La profesión del docente era vista así por muchos en el pasado, la persona consagrada a una labor abnegada, entregada, desinteresada, por un noble ideal. Otro tanto podría decirse de la profesión médica.
C. Toda profesión se basa en conocimientos y técnicas intelectuales. Unos y otras, tan necesarios que, a veces, se identifica equivocadamente al profesional con el intelectual. El énfasis de las técnicas profesionales se debe a que la clave del éxito profesional consiste en saber definir el problema, buscar los datos importantes, formular y aplicar las conclusiones posibles y más recomendables. La sociedad exige que el profesional piense de una manera objetiva, inquisitiva y crítica, a veces hasta incluso se le permite y premia por pensar y actuar de forma heterodoxa, desviándose de pautas tradicionales y aceptadas. El hombre de la calle y el empleado en otras ocupaciones no profesionales pueden actuar dejándose guiar por sentimientos y tradiciones, el profesional no; si lo hace, traiciona su deber profesional. Por esto último, la historia nos brinda episodios de arrebato popular contra determinados profesionales, víctimas de su dominio exclusivo sobre materias determinadas: economistas que han desfalcado entidades financieras; ingenieros y arquitectos que construyeron un edificio que no resistió, etc.
D. Toda profesión necesita un período de preparación especializada y formal. Este dominio de técnicas intelectuales exige que el profesional se someta a un período de preparación especializada y formal, habitualmente en instituciones educativas superiores. Debido, en parte, a esta larga, penosa y costosa preparación exigida por la profesión, los profesionales reclaman más tarde recompensas económicas y sociales superiores a las que se obtienen en la mayoría de las ocupaciones. Recordemos, por ejemplo, en nuestro país, los constantes conflictos educativos o médicos por las mejoras salariales proporcionadas a la preparación previa y a la responsabilidad de su ejercicio, o por la simple razón de que otras ocupaciones, que exigen mucho menos, tienen remuneraciones o recompensas económicas muy superiores.
E. El profesional reclama un amplio campo de autonomía para él como para el cuerpo al que pertenece, para desempeñar sus tareas profesionales con fidelidad sólo a su propio juicio y a la experiencia. La sociedad, los profanos, no es un juez idóneo sobre la calidad del servicio prestado por el profesional, sólo sus colegas pueden ser jueces de sus errores; tan es así que cuando se trata de que un colegio profesional decida sobre la acción de uno de sus afiliados, la opinión pública tiende a ser escéptica, porque piensa que ellos se cubren las espaldas o no van a escupir para arriba. A esta autonomía personal se une la del grupo profesional, por ejemplo un Colegio Profesional, que reivindica autonomía para decidir sobre materias como condiciones de admisión al ejercicio de la profesión, o criterios para la suspensión de un miembro o para juzgar la eticidad de una conducta.
F. La contrapartida de la autonomía es la responsabilidad personal sobre los juicios emitidos, los actos realizados y las técnicas empleadas en el ejercicio de la profesión. Efectivamente, un profesional, obrando autónomamente, debe hacerse responsable de sus actos. Es importante señalar que la responsabilidad personal no depende del resultado de un hecho ocurrido cuando hizo tal o cual acto, cuando tomó tal o cual decisión. La responsabilidad más bien depende de otra serie de factores, entre los que podemos mencionar:
1. La seriedad del acto cometido u omitido. Es decir, la gravedad del acto que hizo la persona. Esta gravedad se mide en términos de las previsibles consecuencias malas de tal acto.
2. El conocimiento que tuvo la persona a cerca de su deber moral en el momento de actuar. ¿Hasta qué punto sabía la persona que lo que iba a hacer era malo, estaba mal o iba a tener unas consecuencias fatales? Para que exista algo de responsabilidad moral es suficiente que esta conciencia haya estado presente en alguna forma, aunque sea sólo como intuición.
3. La intención de la persona cuando hizo el acto. ¿Qué pretendía hacer? Tener una buena intención no es una justificación válida para utilizar un medio moralmente no aceptable para lograr un fin bueno. El fin no justifica los medios.
4. El grado de libertad con el que la persona actuó. ¿Hasta qué punto actuó libremente, por voluntad propia?
G. El énfasis está puesto en el servicio prestado más que en las ganancias obtenidas. Esto, sin negar que el profesional pueda tener en su vida de trabajo el mismo tipo de motivaciones o afanes materiales que otros trabajadores. El sentido de este rasgo puede ser doble: por una parte, el profesional auténtico no puede sustraerse a ciertas obligaciones y a ciertos servicios independientemente de sus sentimientos e intereses personales; por la otra, las ganancias no deben convertirse en el criterio para juzgar la valía y triunfo de un profesional, por más que como nos dice V. Camps en el trabajo ya citado, el valor del trabajo sigue siendo el dinero que se obtiene por él. De acuerdo con este criterio, sólo adquiere sentido el trabajo bien remunerado...El trabajo, como casi todo, se ha mercantilizado; por sí mismo ya no hay un trabajo que valga más que otro: vale más el que mejor paga. El sentido correcto de entender las profesiones, por su carácter moral, es el de un servicio altruista a la sociedad. El predominio de los intereses personales, el ánimo de lucro y la obtención de beneficios propios de un estatus, suelen conllevar la desvirtuación, e incluso degeneración de una profesión. Defender este carácter servicial o moral es ineludible para conceder un sentido auténtico a la realidad social de las profesiones y no significa que estamos represando a una mentalidad religiosa de la que provenían, como señalamos antes, tanto el concepto de profesión como el de vocación. Daniel Bell nos señala que va a ser este espíritu de servicio el rasgo distintivo de las venideras profesiones más reconocidas socialmente.
H. Existe una organización de profesionales. Este tipo de organización se da en muchas ramas; la organización es creada y autogobernada por ellos mismos, cuyas misiones son crear criterios de admisión/exclusión, impulsar el alto nivel de competencia y elevar el status socioeconómico de los miembros. A esta organización corresponden lo que nosotros conocemos como los Colegios Profesionales, Colegios en los que se inscriben los profesionales con sentimientos de intensa solidaridad. Estos Colegios establecen códigos deontológicos con los que pretende expresar la visión moral que tienen de sus profesiones, la toma de conciencia del grado de responsabilidad que asume y su vinculación a la defensa de ciertos derechos humanos, todos ellos concreciones de la dignidad de la persona, base antropológica de toda profesión. Algunos autores van tan lejos que, como Enrique Bonet Perales, llegarán a decir que si no existe un código deontológico puede hablarse de oficio, de actividad, de ocupación, de tarea, e incluso de vocación, pero no de profesión en sentido pleno del término. En verdad, nos encontramos ente una profesión siempre y cuando cuente con un código moral propio que la respalde y la presente como digna socialmente ( Etica de la información y deontología del periodismo, Madrid, Tecnos, 1995, p.48).

Querámoslo o no, nuestra cultura nos lleva a ser profesionales. Aquí, quien no es doctor no es nadie. Si, efectivamente, ser profesional significa preparación, esfuerzo, capacitación..., para después contribuir, hacer, prestar un servicio de excelente calidad, ¡profesionalizémonos todos! Pero, con frecuencia, no es eso lo que realmente buscamos cuando queremos ser o deseamos para nuestros hijos que sean doctores. Merece una seria reflexión el asunto. Ivan Illich denuncia el peligro de la hegemonía de las profesiones y la sociedad corporativa (Le Chomage créateur) como cuerpos de especialistas que presiden hoy la creación, adjudicación, y la satisfacción de las necesidades humanas, constituyendo un nuevo cartel de ilimitado poder. Los comerciantes nos venden lo que tienen en depósito, confeccionan los encargos según las medidas y los gustos personales. Y los profesionales determinan de qué tenemos necesidad, decretan lo que es correcto y justo para cada uno, tienen autoridad para crear clientes Los profesionales reclaman el monopolio de la definición de las desviaciones y la prescripción de las soluciones a ellas. Así los médicos, los profesores y los funerarios se convierten en burócratas, gnoseócratas y tanatócratas...creando la necesidad legal de su mediación, convirtiéndose en misionero que busca almas perdidas, inquisidor que persigue a los desviados
Una segunda reflexión iría en la necesidad de la valoración social y personal que necesita el trabajo, todo trabajo, entre nosotros. Conviene preguntar si nuestra sociedad es capaz de transmitir esa convicción, de tal manera que las virtudes propias del trabajo de calidad vayan constituyendo hábitos hasta formar una segunda naturaleza. No estamos hablando sólo de ideas, sino de una valoración integral que lleva a la efectiva producción del trabajo de calidad que necesitamos. Esto incluye la valoración social y la valoración personal, de manera que se aprecia como virtud clave para la realización de la sociedad y la realización de la persona. Esta valoración del trabajo se logrará en la medida en que de manera sistemática y cotidiana se vaya viendo la relación entre los males sociales y la baja valoración del trabajo y la falta de calidad en el trabajo sea preciada como causa importante del fracaso personal y familiar. De la misma manera debe desarrollarse la conciencia del bienestar personal y familiar de cada persona y su relación causal con la buena calidad del trabajo.
En general la gente no establece espontáneamente el vínculo causal entre los problemas nacionales que nos aquejan y la mala calidad de vida suya y de su familia con la mala calidad de su trabajo, con la poca profesionalidad con que se hace. No identificamos ciertas cualidades costosas e incluso antipáticas que tiene el trabajo bien realizado como pueden ser la puntualidad estricta, la precisión minuciosa, la constancia en las rutinas, la continuidad, la superación permanente para realizar cada día mejor y de manera más cualificada lo que se está haciendo, la responsabilidad como respuesta a quienes ponen su confianza en nuestra profesionalidad y la producción de los bienes y servicios que necesitamos familiar y nacionalmente. El no engañar, ni defraudar a quienes han puesto su confianza en nosotros, etc. tiene una relación no explicitada con nuestro deseo de que otros no nos engañen ni defrauden. Todas estas, podríamos decir, son virtudes odiosas, que sólo serán atrayentes en la medida en que aparezcan claramente como productoras de vida. La educación es un medio valioso para desarrollar la valoración del trabajo, siempre que se tenga presente que la educación en valores es siempre más práctica que teórica, más basada en la experiencia que en las ideas, más arrastrada por el ejemplo de las élites y de quienes ocupan lugares de dirección y de éxito en la sociedad. En este sentido, para producir en una sociedad cambios masivos y significativos en la actitud hacia el trabajo, no basta la introducción de una educación formal para el trabajo. Más aún, esa educación continuamente será contrarrestada y bloqueada por los valores opuestos de la sociedad que cada día invalidan la prédica formal, incluso dentro de la escuela. No es lo mismo la alta valoración del trabajo realizado con profesionalidad y eficiencia que la valoración moral del mismo. La mafia de la droga, la organización de sicarios, los torturadores y las mafias bien organizadas de ladrones exigen profesionalidad en su trabajo y castigan y excluyen a quienes no demuestren eficiencia en él. La valoración moral del trabajo viene de la relación que se establezca con los demás. Un trabajo que produce vida y bienestar recibe su sentido moral de esa realidad positiva que engendra. La valoración de la persona humana es fundamental para el sentido ético del trabajo y no basta el aprecio a la profesionalidad, pues éste también lo exigen los malhechores.
Fundamentalmente la ética requiere una valoración de uno mismo, de las otras personas y de la mutua relación. Y la valoración ética del trabajo se desarrolla en la medida en que se vea que la cualificación del trabajo propio se identifica con el mejoramiento de esa relación. La valoración personal debe ser reforzada y confirmada con la valoración de la sociedad y de su sistema de premios y castigos.
- Si en la sociedad o en la empresa es evidente que se puede subir, tener éxito, recibir más reconocimiento y ganar más, sin desarrollar las cualidades de perfección del trabajo, será inútil toda prédica en este sentido.
- Si el trabajador que desarrolla esas cualidades no recibe el ascenso, el reconocimiento, la satisfacción humana, la valoración social y el ingreso mejor, fácilmente se verá frustrado en esa valoración y su experiencia negativa desautorizará toda insistencia a favor del trabajo.
Vemos que la asignación social de los premios y reconocimientos no está vinculada a la calidad del trabajo. Hay otros caminos más cortos y más eficaces, como pueden ser la viveza, el compadrazgo, el carnet del partido, el poder o el apellido que derrotan al trabajo como único camino al premio personal y social.
El desarrollo de la valoración del trabajo de calidad exige un profundo reordenamiento cultural de la actitud de la gente frente al Estado y frente a la profesionalidad. Frente al Estado, puesto que los recursos y favores de éste, usados discrecionalmente, han fomentado la irresponsabilidad en el trabajo y su papel de sancionador y de premiador de agresiones o de aportes sociales se ha utilizado de manera que el mal trabajo no reciba sanciones y la labor bien realizada no sea premiada. Pero aun en las áreas donde no entra directamente el Estado, el trabajo no ha sido la única, ni la principal fuente de enriquecimiento, de reconocimiento social, de aprecio. Mientras esto no sea una característica en las élites empresariales en su desarrollo profesional, resultará siempre cínico e inconsciente cualquier intento de inculcar este sentido a los trabajadores de menos ingresos. Las extravagancias consumistas en una sociedad de desarrollo económico más avanzado pueden resultar hasta funcionales y no dañar la calidad del trabajo, pero en una sociedad como la nuestra urgida de una nueva valoración hacia el trabajo, es profundamente desmoralizadora y estimula la anomia y la conducta social desviada para acceder a la riqueza.
Hay que desarrollar sistemáticamente, sin esperar que todo el país funcione así, culturas empresariales donde sean claros los sistemas de premios y castigos, las oportunidades de mejorar a base de trabajo bien hecho y los reconocimientos de alta gratificación humana. Sin esto, es difícil que las instituciones educativas puedan realizar un impacto decisivo en la valoración del trabajo. Es necesario que en la práctica la gente vea que el problema de los servicios de salud, de educación o de seguridad son problemas del trabajo bien realizados.

La falta de premio a la calidad del trabajo o la falta de sanción cuando el trabajo es fraudulento y de mala calidad invalidan todo esfuerzo educativo basado en la insistencia teórica en los valores.

La formación en la alta valoración y estima del trabajo de calidad tiene, al menos, tres aspectos:
- Primero, una clara distinción entre el ser y el deber ser, entre el buen trabajo y el mal trabajo, y entre los efectos de uno y otro. El mal trabajo debe estar teórica y prácticamente relacionado con los malos efectos y consecuencias personales y sociales. Ha de ser visible la condición de productora de vida y de bienestar del trabajo que se exige y valora como debe ser.
- Segundo, es fundamental que cada persona en su conciencia tenga esta valoración personal del trabajo y en consecuencia, quiera superarse, hacer las cosas a la perfección.
- Tercero, una cultura del trabajo de calidad es aquella que logra crear hábitos virtuosos, una especie de segunda naturaleza, que llevan a que espontáneamente uno rechace la mediocridad, la impuntualidad, el engaño a quienes se debe servir con el trabajo...Los buenos hábitos facilitan la virtud. Las virtudes que adornan el trabajo de calidad deben ser parte de los hábitos creados a lo largo de los años en la persona, en la sociedad o en determinada empresa.

El camino para la recuperación nacional y para la elevación de nuestro lugar en el mundo, pasa por este coherente encuentro entre la transformación del sistema social de premios y castigos y la transformación de las conciencias y de los hábitos, de tal manera que cada persona vea que la valoración moral del trabajo de calidad que se inculca en su conciencia va respaldado por el premio social y el acceso a los deseados bienes y servicios de calidad.

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¿Está de acuerdo con tales definiciones? Cite ocho profesiones y ocho ocupaciones por orden de importancia a su criterio.

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